A base de una incesante lucha centenaria, las mujeres hemos pasado de simplemente ser reconocidas como seres humanos y no como propiedad disponible de los hombres. Nos hemos abierto paso en las aulas de las escuelas y universidades. Hemos pugnado por el derecho de trabajar y con ello ser financieramente independientes. Luchamos para poder disponer de nuestro cuerpo, que es nuestro y de nadie más. Hemos librado luchas campales para decidir si queremos tener familia y el momento en el que deseamos tenerla. Para decidir si deseamos tener relaciones sexuales o no, y al derecho de que nuestro cuerpo no sea violentado por nadie. En algunos países, hemos tenido que sufrir para tener el derecho a algo tan elemental como poder sentarnos en un automóvil y manejarlo. Luchar para no ser minorías en órganos legislativos y gobiernos. Y a pesar de ello, de las más de once millones de mujeres que vivimos en Texas, menos de 81 mil laboran en el gobierno del estado. Representan menos del uno por ciento de la población femenina del estado.
Todo ello ha requerido de constante activismo, manifestaciones públicas, marchas, de levantar y hacer escuchar nuestra voz. De ser sometidas a encarcelamientos, tortura, vejaciones y ridiculización de nuestra propia familia y de nuestro entorno. Del repudio de la sociedad, de acciones agraviantes de gobiernos, de diputados y senadores que nosotras elegimos, y hasta de las instituciones que en teoría nos deben proteger. Ya pasada la primera década del siglo XXI, un siglo de inconmensurables avances tecnológicos y humanos, tengo la sensación de que en materia de derechos de las mujeres – que son derechos humanos-, por cada paso que damos como sociedad, retrocedemos dos pasos.
Es lamentable que aún exista la necesidad de crear instituciones dedicadas a la protección de las mujeres porque aún seguimos siendo vulnerables, seguimos siendo victimizadas. En un mundo igualitario, no habría ninguna necesidad de hablar y actuar para proteger la integridad de las mujeres, de crear comités y comisiones legislativas o ejecutivas, y de formar instituciones para defender los derechos laborales de las mujeres, tales como la Coalición Latina de Texas (“Texas Latina Coalition”). Sería innecesaria la Comisión para las Mujeres del Gobernador de Texas, Greg Abbott, enfocada en negocios propiedad de mujeres, educación en áreas STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas), voluntariado, salud femenina e infantil, y mujeres veteranas o que son parte de las fuerzas armadas. En ese mundo utópico, serían irrelevantes las políticas de protección a mujeres y minorías de las empresas, que no las requerirían al gozar de derechos laborales y salarios iguales a los de los hombres. En ese mundo quimérico, no tendríamos que cuestionar instituciones de educación superior que encubren y solapan agresiones sexuales en contra de sus alumnas. En ese mundo ideal, las escuelas primarias y secundarias tendrían sólidos programas de educación sexual para sus educandos, en lugar de soslayar el tema al no enseñar absolutamente nada o predicar la abstinencia, lo cual es pedirle peras al olmo tratándose de adolescentes, a cuyos cuerpos sexualmente maduros les urge explorar su erotismo.
Veo con alarma los constantes embistes de la extrema derecha del gobierno, de los congresistas y senadores tejanos para revertir y acabar con los derechos reproductivos de las mujeres, después de una victoria obtenida tras una incansable lucha legal hace escasos cuarenta y cuatro años. No nada más trata de volver a prohibir y penalizar el aborto voluntario, sino pretenden cerrar clínicas como las operadas por Planned Parenthood, que ofrecen servicios de salud a las mujeres, tales como mamogramas, ultrasonidos y Papanicolaous que previenen cánceres que les pueden costar la vida. Lo he dicho antes, no soy apologista del aborto. Pero penalizarlo significa poner en riesgo la salud reproductiva de las mujeres, en el mejor de los casos, y su vida en el peor de ellos, ya que estarían obligadas a buscar costosas alternativas en otros lugares como la Ciudad de México, o bien someterse a prácticas de cuestionable higiene y rigor médico. Con ello, saludo a todas las mujeres en su Día. Sí, indiscutiblemente hay avances, pero aún queda mucho trecho por recorrer.
Hasta la próxima y buena suerte. Claudia Herrmann es Presidente de la Asociación de Mujeres Empresarias y Profesionales de Dallas cherrmann@amepusa.org
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