Estados Unidos, el país con 240 años de democracia, la primera economía mundial, la tierra de los pioneros, incluyendo los que conquistaron el oeste en el siglo XIX, y Bill Gates, Steve Jobs y Mark Zuckerberg, los colonizadores de los espacios virtuales del XXI, tiene en vilo, no sólo a los estadounidenses, sino también al mundo entero, ya que podría elegir a un sociópata como su presidente.
Se puede definir a un sociópata como una persona que padece un trastorno antisocial de la personalidad. Este trastorno se caracteriza por un desprecio a los sentimientos de los demás, una falta de remordimiento o vergüenza, una conducta manipuladora, un egocentrismo desmedido y la capacidad para mentir con la finalidad de alcanzar las metas personales.
La mayoría de los sociópatas, cometen acciones viles sin sentir el más mínimo remordimiento. Tales acciones pueden incluir abuso físico o humillación pública a otros, no sienten remordimiento por dañar a otros, mentir, manipular gente o simplemente por actuar de una forma inaceptable.
Hoy, en el inicio de un nuevo milenio, en nuestras vidas individuales, familiares, y en la vida de nuestra democracia, resultan vitalmente esenciales la perdurabilidad de nuestros valores de tolerancia, pluralismo y libertad, para nuestra comprensión de dónde estamos y a dónde necesitamos ir.
La campaña política tiene un altísimo grado de sociopatia, que ha contaminado los más caros valores estadounidenses. El comentarista de la derecha alternativa, Alex Jones, ha llamado a Hillary Clinton un “demonio abyecto, psicópata del Infierno que destruirá el planeta tan pronto consiga el poder.” Al hacerlo reveló una estrategia indignante que parecía superada por la historia evolutiva, y es la de estigmatizar a la mujer como demoniaca: “las brujas tienden a ser personas que no eran de nuestro gusto desde el principio. Son sospechosas desde antes de sus crímenes”, decía el bárbaro Jones.
Recordemos que después del primer debate, Rush Limbaugh, declaró que Hillary Clinton da la impresión de ser “exactamente como muchas personas la ven – una bruja con P mayúscula”.
Y las bajezas se han incrementado ante la reciedumbre y el estoicismo con que la candidata demócrata ha soportado el arsenal de difamaciones, calumnias e imputaciones, propias de la barbarie de hace centurias. Un editor conservador recientemente le rogó a sus lectores que no elijan a Clinton, diciendo estos dicterios: “si ella consigue llegar a la Casa Blanca, su salud deteriorará. Ella molestaría su estómago. Ella acortaría su vida”. Palabras impregnadas de textos de brujería, las mismas herramientas de maldad y crueldad con que se intimidaba al aldeano del siglo XVII.
La campaña de Trump ha roto toda norma de respeto y todo el mundo lo sabe. Lo grave, lo que despierta miedo, es que el racista patán tiene, al menos, un 40% asegurado de votantes a quienes no les importa que sea misógino y practique las técnicas de acoso a las mujeres que él mismo pregona. Que insulte a los musulmanes gringos, a sus competidores republicanos durante las primarias y a su adversaria Hillary Clinton. Que se haya inventado teorías acerca del lugar de nacimiento de Obama, trate a los mexicanos y, por extensión, a los latinos, de violadores, que remede a personas discapacitadas y, que, finalmente, se niegue a decir que aceptará, sin condiciones, los resultados de las elecciones… excepto en el caso de que él gane.
Y el broche de oro a las barbaridades de Trump y su sequito, y que le han hecho repuntar en las encuestas, lo ha puesto el director del FBI, James Comey, un recalcitrante republicano, que a pocos días de las elecciones, ha puesto la bomba de la incertidumbre alrededor de nuevos correos electrónicos de la campaña Clinton. El margen que ella tenía a su favor, ampliado en las últimas semanas, se ha reducido a niveles de empate técnico.
Es oportuno recordar al célebre escritor y reformador social Charles Dickens, cuando decía: “Nuestras peores debilidades y bajezas las solemos cometer por causa de las gentes que más despreciamos”.
arnoby@elhispanonews.com
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