La democracia de los que ignoran como los manejan

Por Arnoby Betancourt

La ignorancia de muchas personas con su agresividad destruye a nuestra libre manera de pensar.

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ARNOBY BETANCOURT
Director de la
Escuela Comunitaria de Derechos Humanos de Texas

Una de las frases célebres del cantautor argentino Facundo Cabral era la de “Le tengo mucho miedo a los pendejos, porque son muchos y pueden elegir un presidente”; y si nos regresáramos al siglo V antes de Cristo, ya el griego Tucídides, había sentenciado que “Los fuertes hacían lo que querían y los débiles sufrían lo que debían”.

En su “Historia de la Guerra del Peloponeso”, una obra fundamental en la historiografía antigua, Tucídides se consagró como el primer historiador que aplicó un sistema objetivo y científico en el tratamiento de las fuentes y de los sucesos que relata.
Lo que está sucediendo desde Estados Unidos, es el fortalecimiento de una corriente liderada por ciertas elites, la cual con el dinero compra el poder político usando cualquier medio, licito o ilícito, moral o inmoral, para que los más ricos y poderosos se afiancen aún más en sus privilegios y puedan seguir normalizando sus desequilibradas políticas fiscales que privan el sostenimiento de lo público y favorece la permanencia de prácticas corruptas.
Las redes sociales, la plaza pública de hoy, son el escenario predilecto de esos políticos cínicos e inmorales que saben cómo vender a millones de seguidores sus propósitos desalmados como hechos normales del mundo de la posverdad, el nombre moderno de la mentira.
Cuando el líder de la Nación más poderosa del mundo, se siente capaz de gobernar a través de su twitter, mintiendo y admitiendo sus mentiras, sin importar la institucionalidad, ni los Socios del Estado de la Unión, estamos frente a lo más vergonzoso de un pasado que pensábamos ya superado.
Antes de mediados del siglo XVIII, los niveles de vida de los seres humanos se encontraban estancados, y gracias a la ilustración, con su discurso razonado, a la investigación científica, y al compromiso personal por descubrir y lidiar con nuestros prejuicios, la humanidad comprendió la idea de la igualdad humana contrariando el concepto de los privilegiados ungidos de la Divinidad; y así las sociedades comenzaron a luchar por eliminar la discriminación por motivos de raza, genero, creencias religiosas o políticas y, finalmente por otros aspectos de la identidad humana, incluyendo las discapacidades y la orientación sexual.
Esos pasos de crecimiento y evolución de la humanidad, sumados al incontenible despertar espiritual que se están experimentando en los seres humanos, están siendo revertidos por esa inhumana y cruel elite incrustada en el poder político al rechazar la ciencia, la investigación, el cambio climático, el progreso tecnológico, y hasta la misma institucionalidad democrática.
Por eso, como está sucediendo en EE.UU., a esas elites no les importa ser intolerantes con las mujeres, con los hispanos, con los musulmanes, con los medios de comunicación, y con el funcionamiento de la sociedad estadounidense; y ni tampoco les importa la economía al socavarles la confianza que tienen las personas en un sistema que está diseñado con justicia para todos.
Las reformas migratorias y tributarias propuestas por la nueva elite de poder en EE.UU., por lo que se puede ver, son de una agresividad inimaginable por su regresividad al anti-humanismo, y porque la porción de los beneficios van solo a una elite social. Pero el verdadero objetivo de esas elites es enriquecerse a sí mismo y a otros buscadores de ganancias doradas a expensas de quienes ignoran sus perversas intenciones, como se ve revelado en sus planes tributarios y de atención de la salud.
No puede permitirse que un grupo de forajidos destruya el planeta, ni tampoco que esos forajidos se sigan aprovechando con políticas no ilustradas. Por ejemplo, no puede aceptarse que quieran implementar una política que le adicione a los millones que no tienen lo básico en atención en salud, 23 millones de personas más sin seguridad pública.
Como dice el acucioso periodista argentino Martin Caparros en su libro “El Hambre”, hay que dilucidar el absurdo de que este mundo produzca alimentos que pueden saciar el hambre de 11.000 millones de seres humanos aunque sólo somos 7.000 millones. Entonces, como explicar que hay 800 millones de hambrientos y por qué mueren 900 mil personas cada año por hambre o por causas asociadas al hambre; o cómo explicar por qué los precios suben, y por qué hay pocos ricos y muchísimos pobres.
arnoby@elhispanonews.com

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