Cuando México ya pensó que lo peor del terremoto de 8.2 grados Richter que azotó Chiapas y Oaxaca había pasado, justo en el 32º aniversario del terremoto que cobró más de diez mil vidas aquel fatídico 19 de septiembre de 1985 (y algunos dicen que fueron más de 30 mil los fallecidos), otro terremoto de 7.1 grados Richter ha provocado el colapso de más de 45 casas y edificios y más de 200 muertos en la Ciudad de México y localidades en los estados contiguos al momento en que escribo estas líneas. Entre ellas figuran edificios de departamentos, una escuela, una unidad habitacional, una tienda de autoservicio y algunas casas. Hay cientos de edificaciones dañadas en mayor o menor grado.
La Ciudad de México aprendió su lección después de 1985. Se expidió un nuevo Reglamento de Construcciones cuyos requerimientos de construcción eran mucho más estrictos para evitar el derrumbe de construcciones. Ello explica que el número de edificaciones colapsadas no llegó al centenar en las horas siguientes al sismo. El gobierno capitalino formó y capacitó a su área de Protección Civil para poder estar en posibilidad de dar respuesta inmediata en caso de otro movimiento telúrico, que los sismólogos ya habían advertido que vendría tarde o temprano.
Se instalaron alarmas sísmicas mediante un sistema de altoparlantes instalados en postes de toda la capital. En cada aniversario del sismo de 1985 se realizan simulacros y se activan estas alarmas. Justamente el 19 de septiembre en la mañana se activaron las alarmas y se realizaron los ya acostumbrados simulacros. Sin embargo, en esta ocasión las alarmas se activaron después de que terminó el movimiento telúrico trepidatorio de 30 segundos que a los millones de aterrorizados capitalinos se les han de haber figurado como eternos. Sabiendo la gravedad de los movimientos telúricos, millones evacuaron prontamente edificios y casas y lo hicieron en orden.
He hablado con más de una decena de personas, y todas concuerdan en que si bien el sismo de 1985 fue de mayor intensidad y duración, el de esta semana se percibió como mucho más intenso. Probablemente ello se deba a que el epicentro se situó en el estado de Puebla (aunque primeras versiones lo posicionaron en Morelos), a escasas 100 millas (160 kilómetros) al sur de la capital mexicana. Es por ello que la zona más afectada por el sismo fue la del sur de la ciudad.
Los capitalinos viven de las quejas y hacen una larga lista de ellas: se quejan del horrendo tráfico que paraliza la ciudad durante largas horas, de la corrupción de sus políticos, de la contaminación, de la ineficiencia de los servicios públicos, etc. Sin embargo, es en situaciones como ésta donde los capitalinos sacaron la casta y se unieron en solidaridad para salvar vidas y brindar apoyo a otros capitalinos afectados. Se han formado cadenas humanas para quitar escombros y sacar a sobrevivientes atrapados bajo el concreto. Los ciudadanos de a pie trabajan a la par con los elementos de Protección Civil y el ejército. Ya se han creado centros de acopio desde los cuales miles de voluntarios están llevando agua, palas, picos, papel de baño y otros artículos necesarios para los afectados. La coordinación es aún deficiente pero el espíritu de solidaridad de la población suple cualquier deficiencia. Se han abierto espacios que fungen como albergues improvisados. En el estadio de la Universidad Nacional Autónoma de México se congregaron miles de voluntarios (universitarios y no universitarios) quienes fueron trasladados en autobuses a diferentes puntos de la ciudad para apoyar como brigadistas ciudadanos. Restaurantes están preparando y repartiendo alimentos para repartir a los brigadistas. Se han habilitado números de teléfono de información y servicios de localización, incluyendo grupos de WhatsApp para encontrar personas y dar apoyo. Ante el temor de las réplicas, o por los daños que sufrieron cientos de edificaciones, miles de capitalinos pasaron una larga noche en las calles de la ciudad sin conciliar el sueño.
La capital mexicana se encuentra en un estado de suspensión animada: se cancelaron las labores en todos los sectores, el aeropuerto capitalino fue cerrado y posteriormente reabierto, si bien se cancelaron decenas de vuelos, las escuelas suspendieron actividades.
Todo es caótico. Sin embargo, tal pareciera que estando acostumbrados a constantes dosis de caos, los capitalinos saben hacer frente a situaciones trágicas con gallardía y sacar a su ciudad adelante.
Hasta la próxima y buena suerte. Claudia Herrmann es Presidente de la Asociación de Mujeres Empresarias y Profesionales de Dallas cherrmann@amepusa.org
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