Por: Alfonso Villalva
No me culpen a mi, solamente estoy improvisando en esta nueva era de nuestras vidas que parece resistirse a notificarnos formalmente que ha llegado para quedarse, transformando totalmente la plataforma social en la que hasta ahora creíamos movernos con dominio y soltura.
Quizá es el miedo, el pánico a cambiar, el que nos impulsa a tomar decisiones que parecen irracionales o sin sentido en la escala de valores sociales y convencionalismos construida hace décadas, siglos quizá, y que han dejado de tener validez ante la dinámica social inédita de este siglo XXI. Nos atrincheramos en conceptos a ultranza en que los significados de los términos se distorsionan para encontrar un resabio radical que alivie nuestros ardores, nuestras inhibiciones. El vago sentido de la proverbial “recta razón escrita en el corazón” de las personas que se traduce en epítetos y lloriqueos ante nuestra imposibilidad de accionar, sumar en colectivo hacia destinos positivos e incluyentes.
Opinadores de todo y ejecutores de un Santo Oficio post moderno canalizado en mensajes de 140 caracteres, emojis, o memes con imágenes piratas y recicladas que nos hace sentir vibrantes, contra revolucionarios. Vimos Brexit y nadie lo esperaba; vimos la caída de los tratados de paz en Colombia, contra todas las apuestas. Vemos que gana Trump por una mayoría incuestionable. Resultados ominosos de un votante masificado que ya se hartó de la hipocresía del establishment y apuesta en el anonimato a que alguien más, no necesariamente ellos, tome las riendas de un destino diferente a ver si, por suerte, cambia la alineación de los astros no solo en su mermado patrimonio, sino en el sentido de vida que se drena de sus entrañas día con día.
Es probable que estudios y más estudios de cientos de expertos algún día prueben o se aproximen a crear la hipótesis de que estas disparatadas decisiones colectivas son un grito desesperado de una sociedad encaramada en un individualismo enfermizo, que ve la realidad a través de un móvil inteligente y cuya depresión profundiza aún más con sus incendiarias agresiones a lo que debiera ser, muy probablemente, el sitio en la historia que se abandonó en la mediocridad de la acción. Más allá de nuestra postura respecto de situaciones particulares, estamos siendo testigos de una reconformación de la masa, de esa supuesta voluntad colectiva que en la intimidad de una casilla electoral, libera sus miedos, frustraciones, revanchas, e incapacidad de conectar con otros.
¿Somos nosotros mejores que ellos? ¿Que Trump y sus electores, por ejemplo? ¿La libertad de expresión es la herramienta para descalificar a todo lo que no suene a esa verdad rosa que publicamos en redes sociales, que declaramos en la sobremesa de los sábados, que nos hace merecedores de halagos hipócritas que alimentan un retorcido ego que crece como hiedra en los muros de la ignorancia, autocomplacencia y mentira de nuestras verdaderas intenciones? En verdad nos hace mejor a él, a ellos, calificarlos de misóginos, racistas, intransigentes, cuando en nuestro país y nuestro barrio nuestras acciones desplazan a los demás, cuando nuestro feminismo solo radica en un mes rosa con listón en la solapa. Cuando hago como que trabajo, o como que estudio, a pesar de que demando un brillante futuro que en el fondo pretendo gratis sin esfuerzo ni sacrificio. Cuando dar a los demás solo significa regalar mis zapatos rotos en las navidades a quien se humilla a recibirlos por no tener otra opción.
En el circulo vicioso –hasta gozoso- de las calumnias, las descalificaciones y las condenas frívolas y exprés, nos colocamos una venda en los ojos para declarar todo eso que nos gustaría ser y nunca hemos sido, para señalar con lujo de dogma y desinformación a millones de personas que libre y -por qué no-, informadamente, decidieron sacar al político tradicional de la Casa Blanca a riesgo de equivocarse y pagar las consecuencias, con el último recurso de su desesperación que es apostar por algo diferente, aunque sea un personaje creado al efecto. En un intento, quizá tan fallido como el mexicano que llevó a una versión ranchera de Trump a la presidencia en el año 2000 para sacar al imperio del PRI que consensualmente era el culpable de todos nuestros flagelos.
Votamos por Trump y la proscripción de la paz en Colombia, por la desvinculación del Reino Unido a la Unión Europea, porque es aparentemente la única forma pasiva y anónima de impulsar una revolución, de manifestar nuestro hartazgo por las élites políticas que con lujo de traición se han apoderado de las agendas y los recursos naturales, y la educación, y el bienestar. Mucha gente amanece hoy enojada en los Estados Unidos, pero en México también, y con inusitada furia vierten sus frustraciones en el sujeto que ahora representa la culpabilidad de lo que seguramente serán incapaces de hacer por ellos mismos.
La era de las frustraciones con las manos auto mutiladas para hacer y modelar un futuro diferente. De la sumisión al establishment como forma convenenciera y egoísta de saciar alguna apetencia, acumular un trozo de riqueza.
Sí. Hay una manera de cerrarle el paso a la degradación, hoy tan feliz y cómodamente atribuida en exclusiva a Trump como la figura de nuestra desgracia autoimpuesta. Sí, hay manera de impedir que esta nueva era de cambios nos levante como torbellino y nos sorraje maltrechos en el campo estéril. Sí hay manera, siempre y cuando tengamos el valor de reconocer nuestra propia hipocresía y trabajar en los hechos para construir un mundo diferente donde quepamos todos. De lo contrario, vendrán uno y mil Trump vernáculos a tocar a tu puerta, a seguir desgraciando tu futuro con sus arrebatos e ignorancia y cobrarte la factura de tu indiferencia.
Twitter: @avillalva_
Facebook: Alfonso Villalva P.
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