En estos momentos en que de nueva cuenta estamos viendo otra embestida de los talibanes cristianos en el Congreso federal y texano en contra de las mujeres, con la nueva amenaza de violentar nuestros derechos reproductivos y de acceso a servicios de salud, me he llegado a preguntar porque el género masculino del homo sapiens nos teme tanto al género femenino que vuelve a las ancestrales arremetidas subyugantes del mal llamado sexo débil. Me pregunto si efectivamente el mundo sería un mejor lugar si nosotras las mujeres estuviéramos a cargo o si por lo menos lográsemos convertirnos en el fiel de la balanza. Porque algo definitivamente no funciona en nuestro mundo.
Desde las facciones en lucha en la novísima República de Sudán del Sur que utilizan la violación sexual como instrumento de guerra y caudillaje, pasando por las aberrantes prácticas de la mutilación sexual femenina en tantísimos países africanos, por la inhumana opresión de las mujeres en Arabia Saudita y otros países de la región, la negación de los derechos reproductivos de las mujeres en Estados Unidos, la violencia sinrazón en México y Centroamérica, y el tráfico de niñas y mujeres para fines de explotación sexual y laboral en América Latina, Europa, Asia y Estados Unidos, probablemente nuestra sociedad estaría en un mejor sitio si las mujeres estuviésemos en posiciones de liderazgo y de toma de decisiones en un plano de absoluta igualdad de género.
Ciertamente la historia está repleta de mujeres que son capaces de tanta o más maldad y corrupción que los hombres. Un caso que me viene a la mente es el de Ilse Koch, la infame bruja del campo de concentración nazi de Buchenwald. También hay muchos casos de mujeres que al llegar a posiciones de liderazgo, obstruyen el ascenso de otras mujeres y desarrollan características de dominancia típicas de los hombres. Un ejemplo fue Margaret Thatcher, quien rara vez promovió a otras mujeres en los once años en que fue Primer Ministro de Gran Bretaña. Otras como la expresidenta brasileña Dilma Rousseff han mostrado ser tan corruptas como sus contrapartes masculinas como Luiz Inacio Lula da Silva. Es decir, el término mujer no necesariamente es sinónimo de bondad, pureza y compasión.
Sin embargo, las mujeres somos menos propensas a la violencia y corrupción y más empáticas. Es un hecho estadístico que los hombres llevan la batuta en tratándose de violencia. Será porque los hombres aún son gobernados por ese cocodrilo prehistórico que reside en su cerebro límbico. Será porque las mujeres sabemos lo que es dar vida y por naturaleza somos más adversas a destruirla. La protección de la familia y la comunidad es punto central de nuestro proceso de toma de decisiones. Estamos más conectadas y tenemos mayor capacidad de empatía. Tal vez viviríamos en una sociedad que evitaría que ocho hombres tengan la misma riqueza que el 50% de la población más pobre del planeta. Es decir, esos ocho hombres tienen una riqueza combinada igual a la de 3.6 mil millones de personas que no tienen agua corriente, electricidad, alimentación, y acceso a la salud y a la educación.
Nuestras democracias occidentales son por definición un sistema basado fundamentalmente en relaciones de poder desiguales entre hombres y mujeres, sin importar lo que digan hasta las constituciones políticas más progresistas. Por ende, no puede haber igualdad real entre los sexos. Por ello es que seguirán siendo los hombres quienes determinen nuestros derechos reproductivos y si las mujeres tendemos derecho y en que medida, a recibir servicios de salud que previenen enfermedades potencialmente mortales como los cánceres de seno y cérvico-uterino.
No es que sea panegirista de la supremacía femenina o que proponga el establecimiento de estructuras de poder y dominancia matriarcal. Pero sí es hora de cambiar las estructuras de poder actuales que continúan perpetuando la desigualdad y la opresión de las mujeres. Es hora de cambiemos el falso paradigma de la superioridad o inferioridad de género. Es hora de que haya más mujeres líderes en el mundo corporativo, más mujeres en el poder legislativo, y muchísimo más mujeres liderando países. Ello a pesar de retrógradas como nuestros actuales gobiernícololas en Washington y Austin que piensan que las mujeres somos una mera cosa sujeta a propiedad de los hombres, que se reúnen para decidir sobre las vidas y cuerpos de las mujeres, sin que estemos presentes.
Hasta la próxima y buena suerte. Claudia Herrmann es Presidente de la Asociación de Mujeres Empresarias y Profesionales de Dallas cherrmann@amepusa.org
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