Por: Lupita Colmenero
Los problemas que estamos enfrentando nos están haciendo echar mano de fuerzas que ni siquiera nos percatábamos de poseer, pero que nos están habilitando para reinventarnos y readaptarnos a las circunstancias actuales. Ser positivos, optimistas y agradecidos, por gozar del bienestar de nuestros seres queridos y el propio, es hoy más imperativo que nunca, sobre todo porque sabemos que hay millones de personas en estos momentos, que no pueden decir lo mismo.
El otro día, saliendo del supermercado, un extraño paro de pronto frente a mí, y con una gran sonrisa dibujada en el rostro, me pregunto cómo estaba. Le sonreí y le conteste que estaba bien, y le pregunte como estaba él, me miro y preguntando dijo. ¿Acaso no estamos bien? Luego, alzando los brazos al aire y con inmensa alegría, casi grito, “No estamos en el hospital” y así, repentino igual como apareció, se fue. Ese extraño nunca sabrá el efecto que su gesto provoco en mí en ese momento. Desde que esta situación con covid-19 empezó, me he asegurado de que se cuenta con lo indispensable en casa y en la oficina y, aunque nuestros empleados, mi esposo y yo, empezamos a trabajar de casa desde principios de marzo, estoy saliendo de manera esporádica para asegurarme que las cosas que se requieren tanto en casa como en la oficina, sean abastecidas.
Manejando de regreso a casa después de mi encuentro con ese extraño, sus palabras volvieron a resonar en mi mente y me sentí humilde y agradecida de su encuentro y la verdad de sus palabras. Nunca antes habría imaginado que estar en un hospital podría llegar a ser una posibilidad tan presente y eminente. Nunca se nos habría ocurrido pensar que, por la seguridad de nuestros seres queridos y la propia, estaríamos vedados de abrazarnos. Ese extraño tiene razón, ninguno de mis seres queridos está en el hospital, nuestros empleados y sus familiares están bien, y no sabemos de un conocido que haya fallecido a causa de este monstruoso virus que está atacando a la humanidad, alrededor del mundo, y le pido a Dios que así sigamos.
Desde que las noticias de la pandemia empezaron a surgir, he tratado constantemente de mantenerme al día con las novedades, pero mi breve encuentro con el extraño también me hizo recapacitar en lo importante que es evitar la obsesión por los acontecimientos. Es necesario mantenernos verídicamente informados para saber lo que podemos y debemos de hacer para permanecer a salvo y contribuir a que los demás se mantengan igual, pero también es importante desconectarse de vez en vez. Y si estar aislados en casa es lo único con que podemos ayudar, entonces hay que hacerlo, respetando el hecho de que hay muchos que les es imposible adherirse a esas normas. Acatar las reglas que nuestros gobiernos han establecido es imperativo, aunque sea molesto e inconveniente, hay que entender que el efecto multiplicador que eso implica, es determinante para la inmovilización del virus y ayuda de manera considerable, a no solo reducir la propagación del contagio, pero también a mitigar el trabajo de miles de mujeres y hombres, quienes en bata blanca luchan por salvar a miles de personas que desesperadamente se aferran a un soplo de vida. Ayudamos a mitigar el trabajo de aquellos en uniforme militar y de seguridad, y el de los que trabajan en servicios básicos, y que dan cada día lo mejor de sí, para asegurar que el resto de nosotros podemos seguir abasteciéndonos de alimentos, medicamentos y artículos básicos, en supermercados y farmacias, todos los días.
Hay millones de personas trabajando sin treguan a diario para y por nosotros, y lo mínimo que podemos hacer es demostrar nuestro agradecimiento acatando las recomendaciones de los expertos. Es cierto, como usted, yo también extraño la normalidad de mi vida. Extraño las visitas de mis hijos y el bálsamo de paz que sus abrazos le dan a mi alma. Extraño nuestras cenas familiares en casa, aun cuando ello signifique invitar el caos también, porque esas reuniones incluyen a nuestros cuatro perros y toda la locura que eso conlleva. Extraño la invitación improvisada a tomar el café con una amiga, y si, al igual que a usted, me duele también la incertidumbre de no saber cuándo volveré a ver a los que amo y que están lejos. Sin embargo, también sé que mientras esperamos el regreso de la “normalidad” debemos de mantenernos en una pieza, completos y con el propósito firme de que, si todos hacemos lo que nos corresponde, esto que vivimos se hace más llevadero. Le pido a Dios que usted y sus seres queridos se encuentren bien y que juntos esperemos, con gratitud infinita, el momento en que podamos abrazarnos de nuevo.
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