Posted on 27 octubre, 2013 by Café Fuerte in Cuba,
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Cubanos presos en Granada consumen su ración de alimentos, en 1983. Foto: HavanaLuanda
Por Enrique Teuteló*
Mira que son crueles los niños, ¿no?
Era otoño en 1983, uno caliente, muy común en el Caribe. Caliente al cuadrado, si se habla de la Cuba de ese entonces, caliente como las cabezas de quienes en el MINFAR, el Consejo de Estado y el Departamento de Orientación Revolucionaria hacían malabares para lidiar con el impasse Granada-Washington-Cuba.
Washington insistía en que el nuevo aeropuerto en la capital granadina -de ingeniería cubana- tenía más pretensiones militares y bélicas que civiles.
Ese otoño, Ronald Reagan envió entonces la ya conocida División 82 con otra preocupación en el tintero: el inquietante panorama que a nivel local promovía el primer ministro Maurice Bishop. ¿Y Cuba ? Pues La Habana se descartó por un coronel negro: Pedro Tortoló Comas, enviado y hacedor de milagros para la pequeña nación anglófona.
Casualmente, no podia ser ni “heleno” ni “nórdico”. No. Para esa esa misión estratégica.tenía que ser un heredero negro, obrero, casta y color como condición.
No regresar vivo
Lo que sí se convirtió en vox-populi, después, fue el hecho que, de ninguna manera, Tortoló debía regresar vivo.
En su ejercicio eterno de convertir las derrotas en victorias, Fidel Castro no podía perder esta opción de campeonato frente a su antojadizo Imperio.
Era el negro Tortoló, su nueva bandera y conga, su opción de presa y presea, su nuevo Girón, su nuevo Barbados, su nueva Deuda Externa Impagable, antesalas de sus batallas por Elián González y por los «Cinco Héroes prisioneros en el Imperio».
Tortoló estaba condenado, incluso, antes de tomar ese avión rumbo sur.
Lo que hizo fue peor que la confesión televisada de Mario Martín Manduca, aquel albañil devenido soldado que terminó marcando al negro Tortoló.
Peor que tanto diplomático portando ventiladores “entizados” y protegidos abdómenes de cómodas embajadas, improvisados refugios y oportunos aviones de escape, desfilando por la pista de Boyeros, con himno y aplauso de bienvenida.
Abrazados a la bandera
Tortoló hizo lo peor: desmontar aquella frase lapidaria -¿fue Manolo Ortega?- de que los últimos combatientes de Granada “se inmolaron por la patria abrazados a la bandera».
Resulta que Tortoló también se decantó por una embajada, no quizo ni pretendió sacrificar ni su humanidad ni la de sus hombres en función de un capricho bélico, uno de esos alaridos de guerra con mandato de quien jamás había recibido ni un pescozón de escuela durante su estancia en La Plata, décadas atrás. Pero eso sí, mandaba a sus ovejas a su matadero geopolítico.
Pedro Tortoló Comas se atrevió a lo que a ningún súbdito le es permitido en el feudo: decirle al Rey: “No señor, ni carajo, el muerto de ese ajedrez, póngalo usted, Comandante”.
Y allá fué luego, castigado dicen, a confundir el color de su piel con el de sus antepasados, bajo el sol de Angola, ya sin estrellas, como un número más, raso.
Y dicen los que saben que allí, a pesar del castigo, fue respetado por quienes en otra época hubieran sido sus subordinados.
Crueldad de época
¿Y la crueldad de los niños? A eso voy.
En 1983, en los primeros días de la cobertura de Granada, la marca “Tortoló” se vendía como pan caliente, en el ideario histórico del momento, patria con doctrina, pan insular y circo ideológico.
“Ya quisieras tú que ese negro ‘cojonú’ fuera tu padre”, insistían mis colegas de Secundaria, poniendo a competir el apellido de moda contra el mío y, de paso, el de mi padre, no negro, pero con igual rango militar.
Ignorante de todo y todos, hacía un esfuerzo por esconder mis muecas de disgusto.
No por el escenario, sino por la mala broma. Insidiosa y cruel. Pero nuestra memoria es pequeña, más aún cuando se tienen 13 años.
Tan pronto como Tortoló se convirtió en “verguenza nacional” y tras la consabida rima de “los tenis y el correr” -convertida en la mofa deportiva del momento- regresaron los dedos burlones.
Y ahí sí que les sirvió el apellido y las referencias y la similitud fonética a mis bromistas de la escuela: Teuteló, Tortoló, ¡que más da! Fue la diversión del momento. Mi pequeño estrellato en la justa granadina.
Nada, crueldades de la infancia. Fruto de la era de Fidel Castro, con su cimarrón en desgracia.
Reproducido con permiso del autor
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