Una de las amigas de mi hija se embarazó cuando cursaba la preparatoria. Ella optó por llevar su embarazo a término y quedarse con su hijo. El precio que pagó fue altísimo. En lugar de ir a la universidad, no tuvo otro remedio más que conseguir trabajos mal pagados y vivir con su hijo en un escuálido departamento, que era lo único a lo que podía acceder con su raquítico salario. De igual manera, no tenía acceso a un seguro médico para ella o su hijo. En lugar de disfrutar su vida, su libertad personal quedó seriamente constreñida por la necesidad de criar y cuidar a su hijo.Por supuesto esta joven madre lamentó en más de una ocasión el no haber contado con la información necesaria para tomar precauciones que hubieran evitado su prematura maternidad. Un fugaz momento de éxtasis significó un indeseable giro en su vida, del cual jamás podrá extractarse.
Conocimiento es poder. Poder que nos permite tomar decisiones informadas acerca de un tema. Poder que permite que basemos nuestras opiniones en hechos, no en quimeras. En el caso de la educación sexual, es el poder de evitar los embarazos en la adolescencia.
Los padres que prefieren dejar este aspecto de la educación de sus hijos en manos de las escuelas invitan a que ellos se expongan a enfermedades de transmisión sexual además de embarazos no deseados. El problema es que la mayoría de las escuelas del estado no brindan ningún tipo de educación sexual a su alumnado o la educación sexual se limita a predicar la abstinencia.
Vamos a ser realistas. Es virtualmente imposible pedirle a un o a una adolescente con un cuerpo sexualmente maduro a través del cual cruzan y estallan las hormonas, pero con un cerebro y emociones no muy desarrolladas, que realice el esfuerzo casi sobrehumano de suprimir sus instintos sexuales: que es precisamente la peregrina idea que está detrás de la doctrina de la abstinencia. Ello especialmente en nuestra sociedad moderna donde muchas series de televisión, clips de YouTube y películas comienzan con el beso. Con este tipo de políticas no es de extrañarse que la tasa de embarazos en la adolescencia en Texas sea escandalosa. En 2013, Texas ocupó el nada halagüeño cuadragésimo séptimo lugar (entre cincuenta estados) de embarazos de adolescentes. Preocupantemente, de los poco más de 38,000 embarazos de adolescentes en 2013, 24,500 correspondieron a jóvenes latinas.
El embarazo en la adolescencia es problemático desde todos los ángulos. Las adolescentes con frecuencia abandonan sus estudios y con ello limitan sus posibilidades de desarrollo personal. No están equipadas emocionalmente para hacerse cargo de un niño, al prácticamente haber salido de la niñez ellas mismas. Las leyes impiden que menores de edad entren en la fuerza laboral, por lo que los hijos de las adolescentes usualmente son criados y mantenidos por los padres de las jovencitas, lo cual implica una enorme carga económica para las familias. Por otra parte, las jóvenes que ni siquiera terminan la preparatoria o high school no tienen ninguna posibilidad de obtener un trabajo bien remunerado. De hecho, más de la mitad de las mujeres latinas que se embarazan antes de cumplir 20 años de edad viven en la pobreza. Los embarazos en la adolescencia tienen un costo para el estado que supera los 1,100 millones de dólares que salen de los bolsillos de nosotros, los contribuyentes.
Es imperativo que en las escuelas se imparta educación sexual basada en hechos y no en mitos, y mucho menos en estereotipos falsos o en falacias religiosas. Es la vida, la salud y el bienestar de las adolescentes lo que está en juego.
Hasta la próxima y buena suerte. Claudia Herrmann es Presidente de la Asociación de Mujeres Empresarias y Profesionales de Dallas cherrmann@amepusa.org
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