Por Manuel C. Díaz
El 7 de diciembre se conmemora el Día de Recordación de Pearl Harbor, una efeméride sagrada en el calendario nacional de Estados Unidos que recuerda a los caídos en esa fecha y celebra el heroísmo de los que más tarde condujeron al país a la victoria en la Segunda Guerra Mundial.
Por orden ejecutiva, la bandera de Estados Unidos de América ondeará a media asta en todos los edificios federales. En algunas ciudades, asociaciones de sobrevivientes de Pearl Harbor se reunirán para compartir sus historias. En Honolulu también habrá celebraciones.
Y es que un día como hoy, en 1941, la base naval americana de Pearl Harbor en Hawai fue atacada por los japoneses. Más de dos mil cuatrocientos marinos y civiles murieron y otros mil resultaron heridos. El ataque, que pretendía destruir la Flota del Pacífico, logró hundir cuatro acorazados y dañar otros tantos. Hundió, además -o dañado seriamente- seis de los destructores y cruceros anclados en la bahía. En las pistas del aeropuerto Wheeler, que estaba adjunto a la base, más de ciento ochenta aviones fueron destruidos en tierra sin que pudieran despegar.
Al día siguiente del ataque, el presidente Franklin Delano Roosevelt pronunció ante el congreso su famoso “Discurso de la Infamia”. En un tono solemne y con la voz casi quebrada por la emoción, comenzó su histórica alocución con estas palabras: “Ayer, 7 de diciembre de 1941 -una fecha que vivirá en la infamia- Estados Unidos de América fue atacada repentina y deliberadamente por fuerzas aéreas y navales del Imperio de Japón.”. A continuación, detalló cómo el gobierno japonés había “buscado engañar a Estados Unidos mediante declaraciones falsas y expresiones de esperanza a favor de la continuidad de la paz”. Y terminó diciendo: “Pido que el Congreso declare que desde el ataque no provocado y vil de Japón el domingo 7 de diciembre existe el estado de guerra entre Estados Unidos y el Imperio de Japón”. El presidente abandonó el hemiciclo entre los aplausos de los miembros de ambas cámaras, quienes minutos después aprobarían una resolución declarándole la guerra al Japón.
Aquella mañana del 7 de diciembre de 1941, cuando los primeros aviones Zero despegaban del portaaviones Akagi para atacar Pearl Harbor, la temporada navideña recién comenzaba en los Estados Unidos. En sus principales ciudades las tiendas adornaban sus vidrieras con regalos y las calles se iluminaban de verde y rojo. En el Parque Central de Nueva York la nieve había cubierto sus senderos, los árboles parecían pintados de blanco y los jóvenes patinaban alegres en las pistas de hielo. El olor de las castañas asadas inundaba las avenidas y en las esquinas los Santa Claus del Salvation Army hacían sonar sus campanillas solicitando donaciones para los pobres. El ambiente de la Navidad reinaba en toda la nación y las familias se preparaban para celebrar el nacimiento de Jesús.
Era también la época de oro de las llamadas Big Bands y en los grandes radios de caoba de RCA Victor que había en casi todos los hogares no dejaban de escucharse sus éxitos: Frenesí de Artie Shaw y Chattanooga Choo Choo de Glenn Miller.
Cuando anochecía, en las marquesinas de los cines refulgían los nombres de las estrellas del momento en Hollywood: Bogart en El halcón maltés, Errol Flynn en Murieron con las botas puestas y Mauren O’Hara en Qué verde era mi valle, que ese año había ganado el Oscar como Mejor Película.
América estaba en su mejor momento. De repente, todo cambió. Las primeras reacciones ante las noticias del ataque fueron de estupor e indignación. Después, mientras se conocían los detalles, el asombro se convirtió en patriotismo y un deseo de venganza se fue apoderando de loa ciudadanía. En los programas radiales, los villancicos fueron sustituidos por canciones patrióticas. El ambiente navideño desapareció para dar paso a uno de terribles tonos bélicos. El país estaba, una vez más, en guerra.
El lema ‘Remember Pearl Harbor” fue un llamado a las armas y un recordatorio que mantendría encendida la llama del patriotismo durante aquellos años difíciles. El tiempo ha pasado pero los peligros a los que debe enfrentarse el país son mayores; sobre todo ahora que las tensiones con Rusia, China y Corea del Norte no dejan de agravarse.
Es por eso por lo que hoy, mientras se recuerda a los caídos en aquel trágico 7 de diciembre, la frase adquiere más vigencia que nunca. Ojalá no tengamos que repetirla otra vez.
Fin
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