Por fin terminó mi agonía. Meses de morderme las uñas. Presenciar eternas jornadas de dimes y diretes. Pasmarme por los largos períodos de declaraciones absurdas si no es que devastadoras. Pasar noches de angustiante insomnio político. Ansiedad por saber quién se sentará en la silla grande. Saber que no pudo ganar la razón en un ambiente político enrarecido y envenenado por la sinrazón.
¿Por qué no me siento exultada? ¿Por qué no siento ningún éxtasis? ¿O siquiera un pequeño alivio? Tras horas de elucubraciones por fin “me cae el veinte”. Porque ésta ha sido una de las campañas políticas más mezquinas, rencorosas, rabiosas y largas de los tiempos modernos. Es más, creo que no ha habido tanto odio entre dos bandos como el que culminó en el famoso duelo entre el Vicepresidente Aaron Burr y el Secretario de Tesoro Alexander Hamilton en 1804, que le costó la vida a Hamilton. Porque el miércoles 9 de noviembre no hay calma después de la tormenta. Porque el miércoles 9 de noviembre nada habrá regresado al estado que guardaban las cosas antes de esta campaña electoral. Porque la animosidad entre republicanos y demócratas no se habrá disipado. Porque entre los mismos electores los ánimos están tan caldeados que no habrá manera de que entre la razón en sus cráneos endurecidos por la animadversión que suscitó esta campaña política. Porque con el giro hacia el lado extremo de la política que ha dado el país es un mal augurio.
Efectivamente desaparecerán de los letreros electorales de los jardines privados y espacios públicos. Los espectaculares se desmontarán y serán sustituidos por anuncios de cerveza. La televisión pagada y pública regresará a su programación habitual. La comentocracia tendrá que encontrar otros temas de análisis y reflexión. Pero lo que ahora divide tan profundamente a nuestra sociedad no desaparecerá. La división ideológica y filosófica entre la población del país persistirá. Prevalecerá la amargura y el mal sabor de boca que ha dejado esta contienda electoral.
Los demócratas ven en Donald Trump al monstruo misógino, depredador sexual, racista y homofóbico a vencer con la espada justiciera del arcángel Miguel disfrazado de Hillary Clinton. Los republicanos ven en Hillary Clinton una medusa de mil cabezas que Perseo Trump habrá de decapitar para vencer el mal infernal y la corrupción que representa. Hasta podría parecer irrelevante el triunfo de Trump. Sus detractores estarán aullando y retorciéndose durante los siguientes cuatro años. Criticarán con mortíferas lenguas absolutamente todo lo que haga y hasta lo que no haga el Presidente. ¿Veremos legislaciones que lastimen profundamente los derechos elementales de las minorías? ¿Que le vayan a dar la estocada de muerte a los derechos civiles que tanta sangre costó obtener? ¿Que este país se haga aún más insular e intolerante? Muy probablemente. La idea de que nuestros gobiernícolas piensen en el beneficio colectivo de todos los ciudadanos de este país es una quimera. Lastimosamente la convivencia de ideas e ideales opuestos se ha convertido en un sueño de opio.
Los enemigos y adversarios de esta nación, comenzando por Rusia y China ya se están relamiendo los bigotes cual gato ante su recién abatida presa. Nuestra pérdida es su ganancia.
Ciertamente todos los presidentes anteriores tuvieron sus detractores pero los liberales cuyas esperanzas de tener una presidente o por lo menos una de las cámaras en sus manos no desaprovecharán oportunidad para lanzar mortíferos dardos de crítica. Los sentimientos de animosidad no se irán al archivo junto con las boletas electorales ya contabilizadas. Sólo basta con ver con cual ánimo despertamos el miércoles.
Hasta la próxima y buena suerte. Claudia Herrmann es Presidente de la Asociación de Mujeres Empresarias y Profesionales de Dallas cherrmann@amepusa.org
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